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La ciencia de la verdad

Enviado por Infolaft el

Artículo por: Infolaft

A partir de esta edición se publicarán en infolaft crónicas y reportajes de diversos temas relacionados con el lavado de activos, el fraude y la corrupción. En esta ocasión se presenta la experiencia de un periodista frente a dos técnicas de detección de mentiras: el polígrafo tradicional y el Eye Detect.

 

Por: Jaime Luís Posada*

 

En frente de mí estaba el computador equipado con cámaras, un apoya-mandíbulas, unos audífonos grandes y un control con dos botones, uno rojo y uno verde, a través de los cuales se responden las preguntas. Aunque era un simulacro de prueba, sentía cómo me sudaban las manos y se me aceleraba el corazón, acaso como si escondiera alguna información delicada que iba a ser descubierta o como si fuera a quedar en evidencia.

Hace unas semanas, como parte de un reportaje sobre los polígrafos, me sometí a dos pruebas de detección de mentiras: el polígrafo tradicional y el Eye Detect, esta última basada exclusivamente en el análisis de 16 variables involuntarias que se miden en el ojo humano, entre las que se encuentran la dilatación de la pupila, el parpadeo, el tiempo de lectura de las preguntas, las palabras en las que se posa el foco de atención y la dirección de la mirada.

Me encontraba en el Instituto Latinoamericano de Poligrafía en el barrio La Castellana de Bogotá. Las oficinas, situadas en varias casas en el sector, están adecuadas con aulas de clase, dependencias administrativas y laboratorios de detección de mentiras. En la casa principal de la organización, una gris de dos plantas, nos esperaba el mayor retirado Manuel Novoa quien, además de ser el director del instituto, es una de las personas que más sabe de poligrafía en el país.

Al lado de la recepción estaban dispuestas las sillas de espera y al fondo se encontraban las puertas de ingreso para uno de los salones de cátedra. Justo al entrar me embargó la sensación de estar en un lugar seguro y serio, pues son visibles en las paredes más de siete certificaciones y condecoraciones, tanto del instituto como del mayor Novoa.

Mientras esperaba la hora de mi cita fue evidente la llegada de varias personas a practicarse exámenes de detección de mentiras, entre ellos un militar que acudía a practicarse la misma prueba de detección ocular de engaño a la que me sometería yo unos minutos más tarde.

Novoa domina ampliamente el tema de la detección de mentiras. Pasadas las 11 de la mañana y luego de hacer un recorrido histórico por la evolución de las herramientas de identificación de engaños, en la que me informó que sobre la poligrafía existe una base científica de muchos años y que incluso él lideró una compilación de todas las investigaciones que se han hecho desde 1917 hasta 1997, procedió a responder mis inquietudes acerca de los procesos de detección de mentiras.

Me quedó claro que un examen poligráfico tiene cuatro fases. En la primera o de pre-test, se hace el recibimiento de la persona, se toman sus datos, se le explica el procedimiento, se le pregunta por su estado de salud para determinar si la persona está apta física y emocionalmente para el examen y se le solicita que autorice por escrito el procedimiento.

Después se realiza una entrevista con el sujeto en la que el poligrafista indaga sobre el tema específico a investigar a partir de cuestionamientos generales e incluso se le informa al entrevistado acerca de las preguntas que se van a realizar. “Luego viene la fase del in-test en la que se instalan en el cuerpo del individuo componentes de medición como el cardiosismógrafo (que mide las pulsaciones del corazón), el neumógrafo (que evalúa la respiración) y el galvanómetro (que registra el nivel de sudoración en los dedos), que generan entre tres y cinco gráficas dependiendo de la técnica utilizada”, para luego proceder al análisis de los resultados en la última etapa, explicó el mayor Novoa.

En fin, la conversación con el mayor Manuel Novoa se extendió por cerca de una hora y a medida que recibía más información histórica y teórica de estos procesos empezó a crecer la expectativa sobre el experimento práctico que vendría a continuación.

 

La experiencia en la detección de mentiras a través de los ojos

 

Foto infolaft

 

La encargada de manejar el sistema me solicitó apoyar la barbilla en un pedestal de plástico negro que en su parte superior tenía una estructura plástica cóncava y me puso unos audífonos. Inmediatamente en la pantalla salió mi mirada, que era filmada desde la parte inferior del monitor, y empezó el proceso de calibración de la máquina mientras una voz en español con notorio acento extranjero me explicaba el procedimiento.

Esta tecnología identifica el engaño mediante el análisis del comportamiento del globo ocular mientras un sujeto es interrogado. Las respuestas a estas preguntas, junto con los cambios en la pupila y los movimientos oculares, son medidos por un escáner óptico conectado a un equipo de cómputo y los resultados son almacenados, encriptados y enviados a la nube de manera segura, en donde un sistema de algoritmos estudia la prueba y emite un informe en el que está especificada la probabilidad de veracidad de los temas inquiridos y las preguntas en las cuales hay acciones indicativas de engaño.

“Se realizará una serie de preguntas cuyas respuestas posibles son cierto o falso, mientras el dispositivo monitorea su mirada. Tenga en cuenta que el tiempo de respuesta, de lectura y de relectura también son factores de evaluación”, culminó la voz. Me asusté. Pensé que no sólo tenía que estar pendiente de decir la verdad en la prueba sino que también debía ser rápido o si no quedaría como un mentiroso. El corazón me palpitaba fuerte. Me sentía en un interrogatorio real y ni siquiera había aparecido la primera pregunta.

Pensé que si la máquina tiene un porcentaje de acierto del 85% no estaba garantizada la no aparición de errores en mi evaluación y que eso me podría traer consecuencias negativas. O que de pronto por mis problemas de memoria no recordara si en alguna ocasión tuve vínculos con el crimen organizado, o que tal vez la ingesta de alcohol era considerado por los algoritmos como consumo de drogas. O quizá que por haber jugado de niño con luces de bengala terminara señalado de haber manejado material explosivo.

El trancón de pensamientos empezó a incrementar mi ansiedad. Quería retirarme y poner punto final al experimento hasta que caí en cuenta que ni soy terrorista ni drogadicto, y ahí me calmé un poco.

En ese momento empezaron a aparecer en la pantalla de fondo gris preguntas acerca de la utilización de estupefacientes en los últimos meses, de la cercanía con bandas criminales y sobre la manipulación y transporte de dinamita. Una a una respondí todas las preguntas de la prueba mientras en todo momento el aparato seguía mi mirada.

Los cuestionamientos versaban sobre los mismos temas pero con distinta sintaxis: a veces las preguntas eran directas, en ocasiones incluían doble negación, otras eran formuladas en sentido negativo e incluso había algunas neutrales; de ahí que se diga que una parte fundamental del Eye Detect es la carga cognoscitiva de quien se somete y la consistencia de las respuestas. Por ello, una persona con baja comprensión de lectura no puede presentar esta prueba.

Según diversos estudios académicos, cuando una persona miente tiene que procesar gran cantidad de información, lo que es evidente cuando se monitorean los movimientos involuntarios de los ojos. En otras palabras, los científicos lograron probar que mentir requiere de un esfuerzo mayor que decir la verdad y que ese proceso de construcción fraudulenta de falsedades es medible con aparatos.

Cuando una persona realiza aseveraciones falsas tiene las pupilas más dilatadas y tarda más tiempo en leer y contestar las preguntas que se le hacen. Estas reacciones, que por lo general pasan inadvertidas, se pueden clasificar dentro de un modelo estadístico que permite derivar una probabilidad de engaño respecto de ciertas afirmaciones.

A pesar de que yo no he planeado atentados terroristas ni he traficado con cocaína, dudé mucho en varias de mis respuestas. “Cierto o falso: usted no ha evitado transportar explosivos”. ¿Que yo no he evitado transportar explosivos? ¿No haber evitado significa que transporté o que no transporté explosivos? El tiempo corría y aún no entendía la pregunta. Releía la afirmación con angustia de pensar que el escanógrafo se daba cuenta de la relectura. Persistí en el análisis. Si yo no he evitado hacer algo significa que lo hice. Me enfoqué en las palabras ‘no’ y ‘evitar’. Volví a pensar en el escáner de ojos y en que para él era obvio que mis vistas se situaban en palabras negativas. ¿Será esto un indicio de engaño? Apreté el botón de falso y salió la siguiente pregunta.

Así continuó la prueba. Dos tandas de 25 cuestionamientos capciosos que, según los investigadores, tienen la capacidad de decir si mentí o no. A pesar de que no realicé la prueba completa (puesto que el procedimiento dura alrededor de una hora y tiene cientos de preguntas), tuve la sensación de que es un examen agresivo por la prisa y la multiplicidad de afirmaciones, pero que parece cumplir su objetivo.

 

Frente al polígrafo

Con posterioridad a la prueba ocular, y luego de un breve receso para bajar mis pulsaciones, procedí a sentarme en uno de los cubículos destinados al desarrollo de los análisis de poligrafía. Era un espacio pequeño, de seis u ocho metros cuadrados, en el que había una silla con brazos altos en frente a un escritorio de vidrio. Sobre la mesa se encontraba un computador portátil al que se conectaban los componentes de medición y justo en frente de mí estaba un hombre vestido con bata blanca marcada con el escudo del Instituto Latinoamericano de Poligrafía.

Era algo intimidante estar sentado frente a una persona que iba a juzgar si le mentí en la cara o no, aunque debo reconocer que el profesional fue muy amable y que puso todo su empeño y profesionalismo en hacerme sentir cómodo.

Tal y como lo expuso el mayor Manuel Novoa minutos antes en su despacho, el operario reiteró que el polígrafo es un instrumento de medición fisiológica que graba y registra simultáneamente las reacciones psicofisiológicas indicativas de engaño de una persona cuando esta responde unas preguntas muy concretas y que “esas reacciones de engaño son involuntarias y se presentan a nivel del sistema nervioso autónomo”. Acto seguido, prosiguió a conectarme algunos elementos.

Mientras me ponía los aparatos de medición de la expansión de la cavidad torácica en torno del pecho, de la presión arterial en el brazo, de la sudoración en los dedos y de movimiento en la silla, el operario me explicó, tal vez para distraer mi miedo, que existen tres marcas americanas de polígrafos (Stoelting, Lafayette y Axciton) y una canadiense, Limestome, que es la que usábamos en ese instante.

Comentó que el nivel de exactitud del polígrafo oscila entre un 80% y un 93% (lo cual indica que el promedio general de exactitud del polígrafo es del 87%) y que no me preocupara, que era normal que me sintiera  nervioso y que el aparato siempre es calibrado al iniciar, por lo que la prueba no se iba a afectar por mi estado de alteración emocional.

Mientras el profesional calibraba el instrumento, le pregunté qué se requería para dedicarse a esta ciencia. Me dijo que existen ciertos estándares de capacitación, avalados entre otros por la Asociación Americana de Poligrafía y la Asociación Latinoamericana de Poligrafía, que señalan que un candidato a poligrafista, al menos, requiere de formación profesional (cualquier disciplina de pregrado), debe tomar un curso de 400 horas o más en una escuela certificada y tiene que someterse a una prueba de polígrafo en la que se indaga acerca del consumo de drogas ilegales, la vinculación con el crimen organizado o si ha presentado documentación falsa en el proceso de ingreso al instituto.

La prueba a la que me sometí fue parcial, pues un examen completo dura alrededor de tres horas. Las preguntas, cuyas posibles respuestas son sí o no, son claras y directas y no dan lugar a confusiones idiomáticas ni a dudas sintácticas, lo que me dio una sensación de tranquilidad, de manejo del procedimiento y de cierto grado de perturbadora comodidad.

 

¿Eye Detect o polígrafo tradicional?

Según el mayor Manuel Novoa, no se puede decir que el Eye Detect reemplazará al polígrafo tradicional, ya que lo ideal es que ambas herramientas se complementen. “El Eye Detect  puede servir como un filtro inicial para evaluaciones masivas con el fin de pasar por el polígrafo a los que atraviesen ese primer filtro”, me informó el mayor y continuó: “según dicen los expertos, cuando se combinan las dos herramientas el nivel de exactitud puede incrementarse hasta el 95%”.

Una indudable ventaja es que la prueba con el Eye Detect es más corta que la prueba de polígrafo, que como ya se mencionó puede durar menos de una hora y no requiere de la instalación de componentes en el cuerpo, como sí lo requiere el detector de mentiras tradicional. Y, aunque algunos argumentan que el mayor avance del Eye Detect es que hay menos probabilidad de error humano porque el análisis de los resultados no depende de la habilidad del operario, existe otra corriente que prefiere depender de la habilidad del poligrafista que de los algoritmos de un software.

En todo caso, ambos procedimientos hacen parte de las técnicas poligráficas validadas que se usan hoy en día, lo que significa que “tiene estándares, protocolos y criterios de administración, evaluación y diagnóstico sustentados en investigaciones científicas y en dictámenes de la organización internacional American Society for Testing and Materials (Astm) que estandariza y protege este tipo de prácticas”, concluyó Novoa.

 

La detección de mentiras en el derecho laboral colombiano

El uso de las técnicas de detección de mentiras está tan difundido en la actualidad que incluso el Estado colombiano inició un plan piloto para aplicar exámenes poligráficos y de detección ocular a 50 funcionarios públicos de cinco entidades con alto riesgo de corrupción: la Agencia Nacional de Hidrocarburos, la Agencia Nacional de Minería, Colpensiones, el Fondo Nacional del Ahorro y la Dian.

En el caso de los empleados públicos se eligió a aquellos que tienen un alto nivel de riesgo dentro de sus funciones, que en general se circunscriben a tareas de contratación, inversión y pagos, y aunque en este proyecto piloto las pruebas serán voluntarias, se busca que en un futuro sean obligatorias.

Pero el alto gobierno no es el único interesado en utilizar este tipo de análisis para el conocimiento de sus empleados. En la última década, los empleadores privados en Colombia han acudido cada vez más a mecanismos de detección de engaño en las convocatorias laborales en especial cuando se trata de cargos relacionados con información privilegiada o confidencial, seguridad, armamento, manejo de recursos o contrataciones.

Aunque en Colombia no se encuentra regulado el proceso de selección de personal perteneciente al sector privado y por lo mismo no existe ninguna normatividad que prohíba el uso del polígrafo, el Ministerio del Trabajo ha sido reiterativo en que el empleador se encuentra obligado al desarrollo de sus acciones dentro del marco constitucional, es decir que debe respetar de manera incondicional la dignidad humana de sus trabajadores o aspirantes.

Así las cosas, como no existe una prohibición expresa para el uso de la prueba del polígrafo sobre un trabajador, el empleador podría aplicarla siempre y cuando cuente con el consentimiento manifiesto del trabajador, el cual debe estar libre de cualquier vicio o coacción, y observe siempre los derechos fundamentales del sujeto investigado.

Sin embargo, a pesar del vacío legal, existe un antecedente regulatorio exclusivamente dirigido a las empresas de seguridad y vigilancia privada: la Resolución 2593 de 2003, proferida por la Superintendencia de Vigilancia y Seguridad Privada, por medio de la cual se autorizó de manera directa a estas empresas para que implementen en los procesos de selección de personal el examen psicofisiológico de polígrafo bajo tres parámetros: que las personas que presten los servicios de poligrafía guarden absoluta reserva sobre la información obtenida, que la prueba sea autorizada por escrito previa y voluntariamente por parte del aspirante y que el examinado se encuentre informado por el personal a cargo de cómo funciona el examen.

Frente a las máquinas de detección de engaño se revelan secretos de Estado, información industrial, y en general toda información delicada, pero no son un oráculo. Es por esto que en la actualidad hay un debate acerca de la ética alrededor de los procesos de detección de mentiras, porque hay quienes afirman que es posible manipular las señales corporales para falsear los exámenes, que un dictamen de un poligrafista no está exento de fallos, que es una intromisión excesiva en la intimidad o incluso que, de aceptarse estas pruebas como evidencia ante la jurisdicción, el operario del polígrafo reemplazaría al juez en el dictamen.

No obstante, y a pesar de las críticas, parece que la tendencia se encamina a la aceptación y a la evolución de estos métodos antes que a su prohibición. Y si los mecanismos se sofistican cada vez más, como ahora ocurre con el Eye Detect, llegará el momento en que se pueda proceder a la detección de mentiras incluso sin la aprobación de las personas analizadas.

No hay que perder de vista que estos aparatos de análisis no deben ser el único sustento de decisiones de fondo, como contratar o despedir a un empleado, pues no parece lo más correcto delegar en máquinas la razón y el juicio que rige las relaciones entre personas. Así como uno elige a qué especialista o terapeuta va o frente a quién se confiesa, hay que estar seguro a quién se le encomiendan las verdades y mentiras.

 

*Periodista y abogado. Coordinador de contenidos web de infolaft

 

 

 

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